La chispa de la Guerra de Secesión

Charleston, Carolina del Sur, 12 de abril de 1861 · El bombardeo de Fort Sumter por los secesionistas marca el inicio de la guerra civil norteamericana.

Al mes siguiente de la elección de Abraham Lincoln como presidente de los Estados Unidos, Carolina del Sur se proclamó independiente. Fue el 20 de diciembre de 1860, el principio de la Secesión, aunque aún no de la Guerra de Secesión. Pero los días estaban contados.

Los Estados esclavistas del Sur sabían lo que les esperaba con Lincoln, un abolicionista declarado y enérgico. Tenían cuatro meses, hasta que tomase posesión el 4 de marzo, para actuar en la impunidad que les daba el irresoluto y débil presidente saliente, Buchanan, cuyo gobierno estaba infiltrado de ministros esclavistas.

Pero había un molesto grano que estorbaba los planes secesionistas. Carolina del Sur tenía solamente una puerta al exterior, el puerto de su capital, Charleston. Pero la llave la tenían en Fort Sumter, un macizo blocao pentagonal en un islote en medio del puerto, donde había una guarnición federal. Era vital controlar Fort Sumter para que la secesión de Carolina tuviera éxito, y sirviera de ejemplo a seguir por los otros Estados del Sur.

El comandante de Fort Sumter había sido escogido entre “uno de los nuestros” por el secretario (ministro) de Guerra, Floyd, esclavista acérrimo que saboteaba la autoridad federal. Era el mayor Robert Anderson, un sudista de Kentucky propietario de esclavos. Sin embargo, Anderson era un militar profesional cumplidor de su deber que haría honor a su juramento de defender Estados Unidos aunque fuera contra sus paisanos.

Anderson no tenía tropas ni municiones suficientes para defender el fuerte de un asedio, y solicitó repetidamente refuerzos, mientras resistía los cantos de sirena secesionistas para pasarse de bando. Fort Sumter se convirtió así en un símbolo de resistencia para los partidarios de la Unión que esperaban la llegada al poder de Lincoln, mientras un rosario de Estados del Sur seguían el ejemplo de Carolina.

A principios de febrero de 1861, los secesionistas formaron la Confederación de Estados de América y eligieron a su presidente, Jefferson Davis. El país estaba definitivamente dividido cuando Lincoln juró su cargo el 4 de marzo. En su discurso inaugural dijo que él no haría el primer disparo de una guerra civil, pero que defendería las posiciones federales, y ordenó enviar una expedición de socorro a Fort Sumter. Si tenía éxito, el proyecto confederado haría agua recién nacido. “Si no hacemos que la sangre salpique la cara de la gente del Sur, regresarán a la Unión en menos de diez días”, llegó a decir un consejero del presidente confederado.

Cañonazo inicial

El primer cañonazo de la Guerra de Secesión fue disparado a las cuatro y media de la madrugada del 12 de abril de 1861. Se ofreció el triste privilegio a Roger Pryor, un extremista político que había reclamado rabiosamente sangre, el cual no se atrevió. Fue un tal teniente Farley quien disparó el cañón que marcó el inicio de la peor guerra que ha padecido Estados Unidos. En adelante habría dos bandos irreconciliables, que se apodarían con los despectivos yanquis y rebeldes.

Esta primera batalla no sería, sin embargo, sangrienta, aunque tampoco gloriosa. En Fort Sumter no hubo respuesta. Los proyectiles confederados no hacían mella en sus macizos muros, y los defensores, militares de oficio, siguieron su imperturbable rutina castrense. Hasta las seis de la mañana no se tocó diana, y lo primero que hicieron los asediados fue desayunar, aunque a esas alturas no tenían casi para comer. Por fin, a las siete, respondieron al fuego. El cañonazo inaugural del bando federal lo disparó el capitán Abner Doubleday, de quien se dice que inventó el deporte nacional americano, el baseball, y que, como cinco de los nueve oficiales del fuerte, llegaría a general. Otro de ellos se llamaba Jefferson Davis, igual que el presidente de la Confederación rebelde, una de las curiosidades del acontecimiento.

Anderson contaba para defender el fuerte con 8 oficiales, 68 soldados, 8 músicos y 43 civiles. Eran pocos para manejar todos los cañones, y andaba corto de munición, así que ordenó una defensa testimonial, ganar tiempo a la espera de la expedición de socorro. Los cañones de grueso calibre estaban sobre la muralla, expuestos al fuego enemigo, y Anderson decidió no usarlos para no arriesgar a sus hombres, disparando solo los cañones de las troneras. Sin embargo un soldado,
 John Carmody, decidió por su cuenta accionar los grandes cañones. Fue el primer héroe de la Guerra Civil: sin miedo al fuego enemigo, los disparó uno a uno, pero como no podía recargarlos él solo, volvió a cubierto tras su gesto.

Frente a la parsimonia de los defensores, en el campo confederado se vivía una febril excitación. Si los soldados federales habían seguido en sus camas las primeras horas de la batalla, no puede decirse lo mismo de la población de Charleston, que al oír el primer cañonazo saltó del lecho y se fue a ver el espectáculo. Los cazadores de recuerdos tomaban más riesgos que los propios atacantes, pues salían de las fortificaciones a recoger los proyectiles enemigos, y por las baterías iba pasando el todo Charleston rebelde, a quien se le ofrecía gentilmente disparar los cañones, y así poder contar que habían bombardeado a los odiados yanquis.

A primera hora de la tarde los defensores divisaron la esperada expedición de socorro. Sin embargo, resultó una especie de espejismo, solo era la vanguardia de la flotilla que debería romper el cerco rebelde, y se detuvo a esperar al resto. Si se hubiesen arriesgado a llevar refuerzos aquella noche, Fort Sumter habría resistido, pero no hicieron nada, para desesperación de los defensores.

La situación de estos era desesperada. No tenían ya casi comida, pero sobre todo se les había agotado prácticamente toda la munición. Aunque las murallas resistían y milagrosamente no había muerto nadie –tampoco en el bando rebelde-, los proyectiles de mortero que caían en el patio provocaban numerosos incendios. La guarnición tuvo que dedicarse a hacer de apagafuegos durante horas y horas, hasta el agotamiento. Y el socorro no llegaba.

Por fin, tras aguantar 33 horas de bombardeo en las que cayeron 3.341 proyectiles sobre Fort Sumter, el mayor Anderson aceptó las honorables condiciones de capitulación que le ofrecían. Dispararían 100 salvas de honor con sus cañones al arriar bandera, y no se entregarían como prisioneros, sino que los transportarían con bandera y armas hasta la flota de socorro, para que volviesen con los suyos. Desgraciadamente, mientras tenía lugar la ceremonia pactada, se produjo una explosión accidental cuando disparaban las salvas, y murieron dos soldados federales. Fue la única sangre derramada en la simbólica batalla, cuando ya había terminado.

Muchos sudistas de sangre caliente habían acudido presurosos a Charleston, preocupados por no llegar a tiempo y que la guerra se terminara sin ellos. No debían tener cuidado, la primera batalla había terminado rápida y felizmente, pero empezaba una horrible guerra que duraría más de cuatro años, en la que el viento se llevó más de 600.000 vidas y un mundo, el estilo de vida del Sur.

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