Southampton, 10 de abril de 1912 · El transat-lántico inicia su viaje inaugural, que será también el último. Una siniestra predicción pesa sobre él.
Nunca un viaje despertó tanta expectación como el emprendido hace justo 100 años por el RMS Titanic, un buque trasatlántico que todos los periódicos proclamaban el más grande, el más lujoso y el más moderno del mundo, el barco “insumergible”, el triunfo absoluto del hombre sobre el mar. Pese a la comprensible euforia que los medios transmitían al público, cabe preguntarse si entre las 2.224 personas a bordo del Titanic habría alguien que hubiera leído una novela publicada 14 años antes por un tal Morgan Robertson, titulada Futility, or the wreck of the Titan (Futilidad, o el hundimiento del Titán).
Si algún pasajero la hubiese leído, tendría que ser una persona escéptica y no fácilmente impresionable, y desde luego nada supersticiosa, o no se habría embarcado. O bien habría ido lleno de zozobra los cuatro días que navegó el trasatlántico hasta su fatal choque con un témpano de hielo. En todo caso, cuando se produjo el accidente y en las dos horas y media que el barco tardó en hundirse, se habría maldecido a sí mismo por no atender al oráculo que encerraba la novela.
Juzguen ustedes: Futility cuenta la historia de un oficial expulsado de la Royal Navy por su afición al alcohol, que pasa a la marina mercante y se emplea en un nuevo trasatlántico llamado Titan. Ahora bien, la semejanza del barco de ficción con el auténtico va mucho más allá del nombre. Aunque escrita 15 años antes, la novela describe un auténtico sosias del Titanic. El Titan es el barco más grande del mundo, como sería el Titanic (uno mide 245 metros de eslora, el otro 269); ambos tienen dos mástiles propulsados por tres hélices; el uno lleva 2.500 personas a bordo, el otro 2.224; los dos tienen la consideración de insumergibles, lo que lleva en ambos casos a un temerario ahorro en botes salvavidas (“tan pocos como fije la ley”, dice la novela): el Titan cuenta solo con 24 botes, el Titanic con 20, en ambos casos la mitad de los necesarios para las personas a bordo…
Las asombrosas similitudes continúan con el desarrollo de los acontecimientos en la novela y la realidad. Los dos trasatlánticos van en viaje inaugural y han sido botados en Southampton en el mes de abril. Y navegan a gran velocidad, a 25 nudos el Titan, a 23 el Titanic, cuando encontrándose ambos a 400 millas de Terranova chocan con un iceberg.
En la ficción como en la realidad, el buque “insumergible” pierde su condición en el choque con el témpano flotante y se va a pique en un mar de aguas heladas. Aquí se produce una diferencia entre los dos casos. En la novela, para aumentar el dramatismo, solo sobreviven 13 personas, entre ellas el protagonista, que se redime de su pasado convirtiéndose en un héroe, pues salva a una niña con la que salta sobre el iceberg. En la realidad habrá 705 supervivientes, y desde luego ninguno se salvará sobre un iceberg, únicamente lo harán los que consigan acomodarse en los botes. Esto, y la circunstancia de que en la novela el Titan se hunde cuando regresa de EEUU en vez de a la ida, como el Titanic, son los únicos detalles en que no se cumpliría la profecía de la novela.
Pearl Harbor también
¿Quién estaba detrás de tan certero oráculo? Morgan Robertson era un escritor popular norteamericano que escribía novelas cortas y relatos para revistas. Muy prolífico, como exigía esa forma de ganarse la vida con la literatura, y relativamente conocido en su época, aunque desde luego no ha conseguido muchas líneas en la Historia de la Literatura. Había sido marinero y había trabajado en la industria del diamante, lo que le daba familiaridad con las cuestiones náuticas y los procesos industriales. Su especialidad eran relatos que podríamos llamar de anticipación ambientados en el mar, tramas en las que tenían protagonismo los inventos, ya reales o que se adivinaban por venir, de una época en la que el mundo sufría cambios cósmicos con inventos como la luz eléctrica, el automóvil o el submarino. Era el género creado por Julio Verne, que tuvo legiones de imitadores a finales del siglo XIX y principios del XX, aunque desde luego sin el genio de Verne.
Robertson formaba parte de esa legión poco ilustre, pero se ha seguido hablando de él porque algunas de sus invenciones literarias nos dejan boquiabiertos por su capacidad premonitoria. Muchas veces la explicación está en que Robertson se documentaba en publicaciones científicas o técnicas, y descubría al gran público lo que ya estaba descubierto en ese círculo restringido. Un ejemplo de esto se encuentra en su novela The submarine destroyer(El destructor submarino), donde un buque sumergible desarrolla un nuevo tipo de guerra que, diez años más tarde (la novela apareció en 1905), en la Primera Guerra Mundial, se convertiría en terrible realidad. En la novela, el submarino se vale para realizar sus cacerías de un revolucionario artilugio, el periscopio, que Robertson pretendía haber inventado, hasta el punto de que intentó patentarlo. No lo consiguió, sin embargo, porque ya había sido patentado poco antes, en 1903. Seguramente Robertson había leído alguna publicación técnica de donde sacó el modelo del periscopio, de la misma forma que el título de la novela parece copiado de un artículo publicado en 1898 en el New York Journal, My submarine destroyer, que recoge un proyecto de un auténtico genio inventor, Nikola Tesla, que disputa a Edison y Marconi la paternidad de la luz eléctrica y la radio.
Más intrigante es la anticipación del ataque japonés a Pearl Harbor que escribió Robertson en 1914. Veintisiete años antes de los hechos reales, Robertson publicó Beyond the Spectrum (Más allá del espectro), en donde la marina japonesa, sin previa declaración de guerra, ataca y hunde la flota americana que se dirige a Hawai.
Aparte de las referencias anecdóticas que se hacen a Futility cuando se rememora el caso del Titanic, Morgan Robertson está completamente olvidado. Sin embargo, una obra suya sigue vigente, pues ha sido llevada al cine en varias ocasiones: El lago azul, la historia de una pareja de niños que naufragan y crecen en una isla desierta como hermanos, pero que al desarrollar la sexualidad viven una pasión y tienen un hijo.
Robertson desarrolló este argumento en Primordial /Three laws and the golden rule, pero diez años después Henry De Vere Stacpoole lo rehizo o plagió en The blue lagoon, y ha sido el libro de Stacpoole el que oficialmente se ha adaptado al cine varias veces.
Quizá Robertson era un auténtico adivino que preveía el futuro, quizá vio en una bola de cristal cómo Stacpoole le iba a robar la fama con The blue lagoon, y eso le hizo caer en la depresión. El caso es que una mañana de 1915 apareció muerto en un hotel de Atlantic City, en lo que fue aparentemente un suicidio con una sobredosis de un peligroso medicamento llamado paraldehyde.