Unión Soviética, 23 de abril de 1967 · El cosmonauta ruso Vladimir Komarov muere al estrellarse en tierra la nave espacial Soyuz-1.
Tenía que haber sido el primer hombre en la Luna, pero en cambio fue el primer hombre muerto en un vuelo espacial. Vladimir Komarov era ingeniero y coronel de aviación, y uno de los cosmonautas rusos veteranos, parte del grupo inicial seleccionado en 1960. Vivió la época gloriosa de la supremacía soviética en la carrera espacial. Su bautizo en el espacio lo obtuvo en 1964, cuando fue comandante del primer vuelo colectivo de la Historia, el de la Vosjod-1.
Era un pionero, como muestra la numeración de sus vuelos. Ahora sería el único pasajero de la Soyuz-1, el primer ensayo de vuelo a la Luna de la Unión Soviética. Cuando la Soyuz-1 despegó el 23 de abril de 1967 un futuro glorioso se abría ante el coronel Komarov, ya proclamado Héroe de la Unión Soviética y titular de la Orden de Lenin, y todo indicaba que la astronáutica rusa ganaría a la americana la carrera de la Luna. Sin embargo el vuelo comenzó a presentar problemas técnicos desde el principio. Se ha especulado incluso con que los cosmonautas no querían emprender aquella misión, pero que se llevó adelante pese a la falta de seguridad por las urgencias de la carrera espacial con EEUU.
En algún momento Komarov dijo: “¡Maldita máquina, nada de lo que hago funciona!”. En el segundo día, en vista de la acumulación de fallos, se decidió abortar la misión. Komarov recibió la orden de regresar a la Tierra y con gran habilidad logró que la Soyuz-1 respondiera a la maniobra. En los albores del vuelo espacial no era raro que surgiesen problemas que obligaban a frustrar tan innovadoras misiones. Sin embargo la tremenda mala suerte fue que el fallo definitivo, el que le costó la vida al piloto, fue un vulgar problema del paracaídas que debía frenar su impacto en tierra. Vladimir Komarov murió estrellado contra el suelo, como tantos aviadores que engrosan la estadística de las veces que el paracaídas no se abre correctamente.
A Komarov, primer mártir del espacio, lo enterraron en las murallas del Kremlin, como a los más gloriosos hijos de la patria soviética. Pero su accidente supondría un retraso en el programa lunar ruso, que por primera vez perdería la ventaja sobre el norteamericano.
En realidad Komarov no fue el primer cosmonauta muerto en servicio, aunque sí el primero que lo hizo en un vuelo espacial. Seis años antes, en marzo del 61, mientras Valentín Bondarenko realizaba las pruebas de una cabina presurizada que contenía oxígeno puro, este gas altamente inflamable se prendió fuego. Bondarenko murió en el hospital a causa de las quemaduras, pero los rusos cubrieron con una capa de silencio el accidente, que no se conoció hasta décadas después. Los americanos dirían que si los rusos les hubieran informado, quizá habrían evitado un incendio similar que le costó la vida a tres de los suyos.
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Se repite la historia
La primera sangre americana derramada en la carrera espacial lo fue a principios de 1967, tres meses antes que la de Komarov, aunque también fue en tierra, durante unas pruebas, en circunstancias parecidas a las de Valentín Bondarenko. Por desgracia no fue uno, sino tres astronautas los que morirían en las pruebas previas al vuelo del Apolo-1, primero del programa lunar americano, Virgil Grissom, Edward White y Roger Chaffee. Como comandante de la misión se había designado a Grissom, un veterano con experiencia en el espacio.
Con mala experiencia, pues ya había estado a punto de perecer. Grissom pertenecía al primer equipo de siete norteamericanos escogidos para el desafío del espacio, el programa Mercurio, y fue el segundo de ellos en realizar un vuelo suborbital. El 24 de julio de 1961, tras el vuelo del Mercury Redstone-4, Grissom regresó a tierra, o mejor dicho, al mar, de acuerdo con la práctica norteamericana. Todo fue bien, pero tras amerizar la cápsula, la puerta de la escotilla saltó por los aires, como si se hubiera accionado el sistema de emergencia. Nunca quedó claro si Grissom lo había accionado por accidente o voluntariamente, o si había saltado solo, pero lo cierto es que la cápsula se hundió en el océano y el astronauta estuvo a punto de morir ahogado. El destino le había perdonado esta vez la vida a Grissom, pero lo esperaría para cobrársela en la siguiente.
A raíz de este incidente la NASA modificó la escotilla de la cápsula, para que no se pudiera hacer saltar desde dentro. Por eso, el 17 de enero de 1967, cuando en el laboratorio de pruebas de la NASA se incendió la atmósfera presurizada de oxígeno puro de la cápsula del Apolo-1, los tres astronautas americanos no pudieron abrirla y murieron asfixiados.
Las muertes tan cercanas de Komarov en su vuelo y de los tres americanos en el laboratorio establecieron unos lazos de solidaridad entre los cosmonautas de ambos países, en contraste con la terrible competencia entre Estados Unidos y la URSS, que usaban la conquista del espacio como un campo de batalla de la Guerra Fría.
Riesgos fatales
Esa competición llevaría a asumir riesgos fatales para la vida de los astronautas. En el verano de 1971 los soviéticos, que habían perdido la carrera a la Luna, respondieron con una hazaña espectacular, enviar a una tripulación hasta una estación espacial previamente puesta en órbita, hacerla trasbordar y mantenerla en la estación, realizando experimentos, hasta batir la marca de permanencia en el espacio.
La nave Soyuz-11 despegó el 6 de junio con tres cosmonautas, Vladislav Vólkov, Georgi Dobrovolski y Viktor Patsayev, que permanecieron en la estación espacial Salyut-1 hasta el día 29, más de tres semanas. En cualquier viaje espacial hay un problema de sitio donde transportar material y alimentos. Para poder batir ese récord de permanencia, la autoridad espacial soviética decidió que los tripulantes no llevasen los voluminosos trajes espaciales. Hubo críticas ante ese riesgo en el cuerpo de cosmonautas, pero al final Vólkov, Dobrovolski y Patsayev lo asumieron disciplinadamente.
Antes de emprender el viaje de regreso los rusos tuvieron un problema porque la cápsula de la Soyuz-11 no se cerraba herméticamente, pero lo solucionaron y volaron hacia la Tierra. Luego se produjo otro, oyeron una fuga de aire, y para localizarla apagaron las radios cuyo ruido les molestaba. En el control de tierra no se tenía idea de lo que pasaba, pues los problemas habían empezado fuera del alcance de las comunicaciones. Cuando la nave se acercó y tampoco pudieron comunicar con ella, pensaron que se había estropeado la radio.
Macabra sorpresa
El acercamiento se producía no obstante sin problemas y la nave aterrizó perfectamente. Sin embargo cuando la abrieron descubrieron con horror que los cosmonautas se habían asfixiado. Intentaron reanimarlos, pero aunque solamente llevaban muertos media hora, era demasiado tarde.
Fueron los últimos mártires rusos de la carrera espacial, pero faltaban muchos más. La siguiente desgracia golpeó a los americanos y provocó nada menos que siete víctimas, incluidas dos mujeres. Fue la explosión del trasbordador espacial Challenger, el 28 de enero de 1986.
Dos décadas después se produjo una nueva tragedia en muchos puntos semejante. El 1 de febrero de 2003 el trasbordador espacial Columbia volvía a la Tierra tras una misión de dos semanas. Al entrar en la atmósfera, la pérdida de una pequeña chapa del escudo térmico provocó su desintegración. A bordo iban, como en el Challenger, siete personas, incluidas dos mujeres, pero la novedad es que iban también un astronauta indio y otro israelí. Por primera vez el martirologio espacial incluía a pioneros que no eran rusos ni americanos.