El mito de Cleopatra negra

ALEJANDRÍA, 30 DE AGOSTO, AÑO 30 ANTES DE CRISTO • Cleopatra Tea Filopator, última reina griega de Egipto, se suicida. Su figura provocará polémica hasta nuestros días.

Hay personajes de la Historia con tal capacidad de agitar las pasiones que siguen haciéndolo 2.000 años después de haber muerto. Es el caso de Cleopatra, reina de Egipto, amante de Julio César y Marco Antonio. Aunque también sucede que, frente al terremoto político que realmente supuso en su época, los conflictos que desencadena hoy caigan en lo grotesco.

Ha bastado que Angelina Jolie anunciase este verano que iba a interpretar a Cleopatra en una película para que la militancia afroamericana entrase en ebullición. Medios y organizaciones que se arrogan la misión de defender los derechos negros en Estados Unidos han arremetido contra la actriz. “No importa lo gruesos que tenga los labios Angelina Jolie, los niños africanos que adopte o lo bronceada que esté –dice por ejemplo la revista femenina afroamericana Essence-. Ese papel debería ser para una mujer negra”.

Para un público europeo el estado de irritación de los afroamericanos resulta incomprensible, pero no lo es, pues toca uno de los tópicos de la cultura afro en Estados Unidos: la convicción, convertida en una cuestión de honor nacional, de que la reina Cleopatra era negra. Como explicaba ya hace tiempo Charles Whitaker, editor de Ebony, la principal y más antigua revista afroamericana, “si se pregunta por Cleopatra a prácticamente cualquier afroamericano, dirá: “Por supuesto que era negra”. Su razonamiento es ¿quién, más que una hermana [una negra] tendría la habilidad y poderío para meterse en el bolsillo a César y Marco Antonio”.

Índice

El equívoco

La raíz del equívoco está en la convicción, común entre los negros norteamericanos, de que todo el continente de África está poblado por una raza africana, obviando el hecho de que el Sáhara separa a una África mediterránea, habitada por pueblos semíticos y bereberes, ambos blancos, y una África negra, poblada por pueblos bantúes y etiópicos. No solamente Cleopatra, sino todos los antiguos egipcios, del faraón abajo, eran negros para los afroamericanos.

Ya en 1963 hubo un movimiento de protesta porque la Cleopatra de la gran película de Mankiewicz fuese Elizabeth Taylor. “Muchos vieron en el blanqueo de Cleopatra por Hollywood un ejemplo más de cómo la Historia ha sido corrompida, y los negros borrados de ella”, explica Whitaker.

Aquella era una época dura para los negros de EEUU, estaban en plena lucha por una igualdad que se les negaba de hecho en todo el país y de derecho en algunos Estados. No eran naderías como un papel en una película, sino el derecho a voto, la entrada en las universidades o subir al mismo autobús que los blancos. El movimiento pro derechos civiles avanzó con el sacrificio, la cárcel, las palizas, los asesinatos de muchos de sus miembros, incluidos algunos blancos.

Toda la opinión progresista, liberal o simplemente democrática del mundo simpatizaba con la reivindicación de los negros americanos, de modo que había una comprensible indulgencia ante mitos afroamericanos, aunque supusieran errores históricos. Si pensar que los sofisticados egipcios eran sus ancestros aumentaba la autoestima de los oprimidos negros de EEUU, ¿quién se atrevería a desengañarlos?

De esa actitud derivaría el concepto de corrección política, desarrollado sobre todo en los ambientes académicos más liberales y sofisticados del mundo anglosajón (véase recuadro). Una de las perversas consecuencias de la corrección política es que obliga a demostrar lo obvio, veamos pues por qué Cleopatra no era negra.

Los egipcios de los tiempos históricos –que allí empiezan hace más de 5.000 años- eran un pueblo semítico, como la mayoría de los que habitaban las regiones de Oriente Medio y parte del Mediterráneo. Previamente, en tiempos prehistóricos, hubo una población negroide, a la que se superpusieron los invasores de Oriente. Por otra parte, había esclavos que procedían en buena parte de Nubia, el país al sur de la Primera Catarata del Nilo, en lo que hoy es Sudán, cuyos habitantes eran negros.

En las numerosas pinturas egipcias que nos han llegado, en papiros o paredes decoradas, se pueden observar muy diversas tonalidades de piel. En general el color negro corresponde a sirvientes o prisioneros de guerra, pero hay también personajes más elevados, indicios del mestizaje con cautivos o del elemento racial prehistórico.

Hay incluso faraones negros. Son los de la dinastía XXV, los faraones kusitas, que reinaron tras la conquista de Egipto por el reino de Kus, situado en Nubia. Pero la dinastía XXV solamente permaneció 80 años. En una historia de tres milenios y medio, que duró la civilización egipcia antes de ser absorbida por la romana, es una gota en el océano.

Por si fuera poco, desde los tiempos de su conquistador Alejandro Magno reinaba en el país del Nilo una dinastía griega, los Tolomeos, cuya última representante es precisamente Cleopatra. Cleopatra VII, para ser más exactos, o Cleopatra Tea Filopator, Cleopatra Diosa que ama al padre, para dar su nombre completo, que era en griego, naturalmente.

Existe una especie de fichero de DNI de esa sociedad greco-egipcia del periodo tolemaico, son los retratos funerarios de Fayun. El oasis de Fayun resultó un lugar de asentamiento favorito para muchos veteranos del ejército de Alejandro. Los griegos de Egipto adoptaron algunas costumbres egipcias, como la momificación. En la época romana, cuyo principio le tocó vivir precisamente a Cleopatra, los griegos no se hacían sarcófagos esculpidos con retratos idealizados del muerto, según la tradición egipcia, sino que ponían pegado sobre la momia un lienzo o una tablilla con su retrato.

Retratos realistas

Nos han llegado unos 900 de estos retratos, que son absolutamente realistas, muchos llenos de expresión. Están pintados al temple o a la encáustica, según la técnica de la pintura griega y romana, y guardan gran parentesco con las pinturas romanas que nos han llegado. Los retratados, hombres y mujeres en general jóvenes, algunos niños, van vestidos y peinados a la moda romana, aunque no son romanos, pues un romano no aceptaría ser momificado tras la muerte.

En una revisión de 108 retratos de Fayun se han encontrado solamente dos cuyos protagonistas tienen fisonomía negroide. Es decir, que también entre los griegos de Egipto se producirían casos de mestizaje, aunque porcentualmente se vieran pocos.

Los que se empeñan en que Cleopatra era negra sostienen que su padre, Tolomeo XII Auletes, era mestizo, fruto de la relación del faraón con alguna concubina negra. Efectivamente, no era hijo legítimo, pero aceptando que su madre fuese negra –de lo que no hay tanta constancia- Cleopatra hubiese tenido solamente un cuarto de sangre africana.

El caso es que la reina egipcia pasó muchos años en Roma, y dio mucho que hablar, y sin embargo ningún autor contemporáneo hace referencia a ese supuesto elemento exótico de su belleza.

Tampoco se ve ese rastro en los retratos de la época. En los oficiales de carácter ritual, bajorrelieves en templos, aparece idealizada según los cánones de la vieja monarquía egipcia, con nariz aguileña. En los más personales, como la cabeza del Altes Museum de Berlín, es una mujer puramente griega. Y las monedas del fin de su reinado, donde según la costumbre romana la representación era muy realista, muestran una fisonomía que derriba dos mitos.

No sólo no es negra, tampoco es una belleza.

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