Índice
1. Antecedentes.
El califa Al-Walid nombró a Musa ben Nuasyr gobernador de Ifriqiya (actual Tunicia) en el 705-706, bajo cuyo mandato se habría de producir la conquista de la Península ibérica. La pacificación que le permitiría posteriormente el avance territorial no estaba exenta de dificultades que provenían fundamentalmente de la resistencia de los beréberes (se consigue la sumisión con la toma de rehenes de los hijos de notables y jefes) y de la zona cristiana magrebí (cuyos dirigentes terminan optando por aceptar acuerdos que le confirman en sus dominios, como don Julián, señor de Ceuta).
Paralelamente, en la otra orilla del Estrecho, el Reino de Toledo estaba viviendo una etapa de descomposición. Políticamente, la monarquía era débil, los constantes enfrentamientos entre las dos tendencias predominantes, la germánico-militar partidaria del sistema electivo y la romano-administrativa favorable al sistema hereditario, provocaron continuos destronamientos y rebeliones; el IV Concilio de Toledo en el 633, vino a representar un pacto entre ambas tendencias, fijándose el carácter electivo de la monarquía visigoda y encomendándosele la designación del nuevo monarca al grupo formado por obispos y magnates (la autoridad real se resentirá por el poder que esto confiere a la nobleza).
En las tres últimas décadas del s. VII fueron constantes las diferencias entre los grupos nobiliarios ascendidos por algunos monarcas y los partidarios de los triunfadores, y así se continuó incluso después de la elección de don Rodrigo (710), el último rey visigodo.
En el orden económico, factores naturales y plagas de langostas incidieron negativamente en la productividad de las cosechas que junto a los brotes de peste bubónica como en el 693 y en 707-709 redujeron considerablemente el número de habitantes.
Otras circunstancias se suman como el paso de la pequeña propiedad a manos de los poderosos, que algunos monarcas intentaron dificultar mediante la condonación de los impuestos, pero que es expresión de una conflictividad social latente.
2. Del pacto a la derrota de Don Rodrigo.
El control territorial y marítimo estaba en manos del godo Julián al-Gumari de Tánger en cual logra un acuerdo con Uqba ben Nafi, a quien le reconoce su hegemonía. Este prosigue su avance hacia la fachada atlántica sin que la integridad de Hispania se viera amenazada. Más tarde suceden las campañas de Musa y la ocupación de Tánger. Don Julián es en estos momentos señor de Septem (Ceuta) y colabora con los musulmanes. Por los motivos que fuesen (roces con su monarca, presiones de Tariq, liberarse de la amenaza bereber) lo cierto es que se llega a un pacto (‘ahd) por el que don Julián se comprometía entre otros a prestar su apoyo frente a terceros a cambio de mantener él y los suyos el status quo de que gozaban.
La duda sobre el posible cumplimiento de estos acuerdos llevó a Musa a solicitar a don Julián que diera pruebas de lealtad dirigiendo una expedición contra Hispania, que se produciría en el 709 a la que siguió otra al año siguiente.
La total ausencia de resistencia y el rico botín fueron el detonante del inicio de la ocupación. Musa envió otra expedición al mando del gobernador de Tánger Tariq ben Ziyad en el 711 con 12.000 hombres, fundamentalmente beréberes, que desembarcaron en Gibraltar.
Don Rodrigo se hallaba luchando contra los vascones. El peligro le hizo desplazarse a Córdoba con 30.000 hombres que serían derrotados el 19 de Julio en la batalla de Guadalete ante la defección de los hijos de Witiza que habían prometido a Tariq ben Zayid prestarle ayuda a cambio de que éste le confirmara la propiedad de las posesiones que su padre tenía en Hispania (unas 3.000 aldeas). En virtud de este pacto los witizanos que estaban al frente de las alas del ejército, se desbandaron en el momento crucial del enfrentamiento. Esta traición no explica la caída de la monarquía visigoda, hay que tener presente la indiferencia de la población autóctona y la ayuda de la comunidad judía que sufría una sobrecarga de impuestos y persecuciones.
3. La conquista de Hispania.
Los resultados militares y económicos obtenidos de esta batalla no tardaron en llegar a la orilla africana, provocando un importante flujo de beréberes. Tras la reestructuración de los grupos, el deseo de un rápido enriquecimiento impulsa el avance. Se parte de la bahía de Algeciras hacia el norte, alternando el curso de los ríos con los restos de las calzadas romanas en uso llegando hasta Ronda y prosiguiendo en dirección a Osuna y Ecija. En esta última ciudad, adonde se habían dirigido los supervivientes del ejército visigodo, se produjo un segundo encuentro que marcaría, tras su derrota y la capitulación de Ecija, el verdadero inicio de la conquista. Las puertas estaban abiertas a cualquier dirección. Tariq dividió el ejército, enviando hacia Córdoba a Mugit al-Rumi con una parte de las huestes, la cual conquistó por sorpresa. El destacamento mayor lo envió hasta Toledo, para ascender por Guadalajara, León y Astorga, para de nuevo descender hasta la capital del reino visigodo.
Musa, receloso de los éxitos de Tariq, decidió intervenir personalmente en el 712, al mando de un ejército de 18.000 hombres, en su mayoría árabes. Su objetivo era restablecer la legítima autoridad que sólo le competía a él en su calidad de gobernador de Ifriquiya-Magreb. La expedición, que tenía como meta Toledo, arranca en Algeciras y continúa por Medina Sidonia, Carmona, Sevilla y Mérida hasta que, en la comarca toledana, Tariq y Musa unen sus fuerzas y continúan la ocupación del valle del Ebro, Asturias y Galicia sin encontrar apenas resistencia. El hijo de Musa, Abd al-Aziz, entretanto ocupaba el cuadrante sureste, Málaga, Granada y Murcia; firmando el 5 de abril del 713 un pacto con el godo Teodomiro (instrumento diplomático más antiguo de al-Andalus) en el que se le sometía a cambio de total autonomía, respetándose a sus súbditos libertades, posesiones y religión.
En menos de 3 años desde Guadalete, casi la totalidad de la Península está en poder del Islam.
4. Abd al-Aziz ben Musa.
Musa y Tariq fueron llamados para rendir cuentas a Damasco, y Musa, sin tener facultad para ello, nombró a su hijo gobernador (walí) de al-Andalus, cuyo gobierno estuvo orientado al afianzamiento del dominio musulmán, para lo que era esencial disponer de nuevos contingentes humanos que provinieron del Magreb y a los que había que pagar sus servicios o conceder tierras a cambio, lo que obligó a una redistribución de los ingresos estatales, sumándose a las contribuciones de la población indígena (yizya y jaray) el diezmo (‘usr) que se impuso a la población musulmana, siendo éste uno de los motivos de malestar de los árabes que desembocaría en el asesinato de Abd al-Aziz (716). Previamente, reanudó la actividad militar dirigiéndose a la zona galaico-portuguesa y Cataluña, saqueando o sometiendo desde Lisboa a Orense y desde Tarragona hasta Gerona.
5. La dependencia de Ifriquiya.
Siendo dependiente político-administrativamente del gobernador de Ifriquiya, fue éste quien designó como delegado para al-Andalus a al-Hurr ben Abd al-Rahman al-Taqafi (716-719) para recuperar su control con 7.000 hombres. Este, al igual que Abd al-Aziz, tuvo que proceder a la redistribución de estas tropas a costa, esta vez, de las propiedades de los beréberes que habían participado en la conquista y a la sistematización tributaria de la población indígena bajo el sulh. Además, realizó expediciones militares consiguiendo las capitulaciones de Pamplona, Huesca y Barcelona; pero la finalidad fue sustituir el autogobierno de los descendientes de Musa por la dependencia de Ifriquiya, llevando consigo el traslado de la capital de la nueva provincia desde Sevilla hasta Córdoba.
Esta situación de dependencia se rompe durante el califato de Umar ben Abd al-Aziz quien optó por poner fin, momentáneamente, a la macro provincia de Ifriquiya, segregando de ella al-Andalus, a cuyo frente fue puesto al-Samh ben Malik al-Jawlani (719-721) cuya misión fue la consecución de una única comunidad, donde no existieran diferencias derivadas del origen étnico de sus integrantes, lo que suponía la asimilación de árabes, de beréberes y de los nuevos conversos de procedencia hispánica. Sin embargo, el objetivo principal era garantizar el cobro del quinto (jums) para el califa, lo que le llevó a investigar los derechos de propiedad que alegaban los baladíes (los primeros en asentarse en al-Andalus) y sus descendientes, iniciando la confección de un catastro. Umar les ratificó las concesiones de Musa e incluso ordenó que se les expidieran documentos al respecto.
Estas medidas permitieron avanzar en la organización de la administración tributaria, sin embargo, al-Andalus volvió a integrarse en Ifriquiya y sus gobernadores siguieron nombrando a los walíes. Como ocurrió con Anbasa ben Suhaym al Kalbi el cual incrementó los tributos. Durante el mandato de este walí se produjo la derrota que en Covadonga infligió a los musulmanes el grupo de montañeses de Pelayo, aunque sólo fue una escaramuza.
No fue hasta la llegada al poder de Abd al-Rahman al-Gafiqí cuando se pudo reanudar la guerra contra el infiel y en tierras galas, donde tuvo lugar la derrota contra la las tropas de Carlos Martel en Poitiers (732), muriendo al-Gafiqí.
Dos aspectos se van perfilando con el tiempo: la lucha de los conquistadores árabes entre sí (rivalidades ancestrales entre los clanes Qaysíes y los kalbíes o Yemeníes) que se fundamentan en sus distintos modos de vida; y la de los árabes con los beréberes, cuando éstos toman conciencia de la discriminación que sufrían.
6. Hacia el autogobierno de al-Andalus
El nuevo walí de al-Andalus a partir del 734 sería Uqba ben al-Hayyay al-Saluli. Su actuación estuvo dirigida al establecimiento de un tagr o línea fronteriza que defendiera las conquistas del sur de las Galias, mientras que en política interior centró sus esfuerzos en la normalización del sistema fiscal y en la armonización de las relaciones pacíficas entre los musulmanes y las poblaciones indígenas.
En el 739 se produce una sublevación bereber cuyo origen se sitúa en el Magreb, donde los encargados del gobierno de aquella provincia, fieles a los mandatos de califa, comenzaron a aplicar la nueva política fiscal que oprimía más a la población autóctona, a ello se sumó laS predicaciones igualitarias de los jariyíes que no acataban diferencias entre musulmanes. Aprovechando que el Magreb estaba desguarnecido, Maysara al-Madgarí aglutinó a todos los beréberes consiguiendo apoderarse de Tánger. El peligro por la expansión de la sublevación fue la causa de que un ejército andalusí cruzara el Estrecho en apoyo de los árabes, pero fracasó y Uqba fue depuesto y sustituido por Abd al-Malik ben Qatan al-Muharibí que contaba con el apoyo de los andalusíes. Las graves dificultades por las que atravesaba el Magreb son una de las razones de peso para el inicio del autogobierno andalusí. Pero el califa Abd al-Malik envía un ejército de sirios al norte de Africa que sucumbe ante los beréberes en la batalla de Naqdura (741). Aislados los restos de este ejército al mando de Baly, y ante la imposibilidad de retroceder hacia Ifriquiya, se refugian en Ceuta. Ibn Qatan no les permite refugiarse en al-Andalus.
Los logros obtenidos por los rebeldes se extendieron en la otra orilla del Estrecho donde se alzaron los beréberes establecido en las zonas central y septentrional de al-Andalus; el peligro que ello suponía y la amenaza de una posible coalición de los rebeldes de ambas orillas del Estrecho hicieron cambiar de actitud a Ibn Qatan, acogiendo a las tropas sirias.
El propósito del walí era valerse de las tropas para aplastar la rebelión y después, según acordó con Baly, que se fueran partiendo de algún puerto seguro. Sofocada la rebelión, se negó a cumplir lo acordado, ofreciendo a los sirios el puerto de Algeciras para ir a Ceuta. Baly temía la agresividad de los beréberes tangerinos. Este incumplimiento exasperó a los sirios, que sitiaron Córdoba y mataron a Qatan, instalando a Baly en su lugar.
El nuevo gobernador adoptó una política partidista en beneficio de sus soldados, en su mayoría qaysíes, lo que provocó la indignación de los partidarios de su antecesor, que eran kalbíes y que tomaron las armas y fueron derrotados en Aqua Portora (cerca de Córdoba) en el 742. Pero el walí muere a consecuencia de las heridas sufridas.
El sucesor de Baly como había establecido el califa fue Ta’laba ben Salama, pero al no contar su elección con el consenso de los árabes andalusíes, su gobierno contribuyó a mantener la inestabilidad política.
Recuperado el control del Magreb, el gobernador de Ifriquiya optó por enviar como walí al yemení Abu al-Jattar con la misión de reconciliar las facciones enfrentadas, lo que consiguió al lograr que las tropas sirias aceptasen asentarse en distritos militarizados (yunds) en las zonas sur y este de la Península a cambio de prestar servicios militares. A los baladíes, que habían sufrido la confiscación de sus bienes y el cautiverio, les legalizó sus propiedades.
Pero la política de al-Jattar se volvió partidista lo que supuso nuevas querellas tribales. Los qaysíes lograron derrocar al walí en el 745 pero, liberado al-Jattar, formó una coalición de yemeníes que volvería a ser derrotada en el 747.
Pasados 5 años de crisis por la sequía y el hambre, los yemeníes vuelven a la carga y son derrotados por el walí Yusuf al-Fihri en Córdoba, pero en Zaragoza el hombre fuerte del momento, al-Sumayl, sólo pudo escapar con la ayuda de 800 jinetes qaysíes y 30 clientes omeyas, los cuales intentaron negociar con al-Sumayl el reconocimiento del futuro Abd al-Rahman I. Este, no llegándose a ningún acuerdo, llega en el 755 e inicia un largo peregrinar en busca de apoyos, especialmente de los yemeníes y beréberes, que le permitiera la confrontación que se dio finalmente en al-Musara, cerca de Córdoba (756). A partir de aquí, se le proclama emir, al-Andalus consigue plena autonomía al interrumpirse los lazos políticos que le unían con Bagdad y se inicia el periodo conocido como Emirato Independiente.
7. Distribución de los conquistadores
Los rápidos avances de los musulmanes ponen de manifiesto que los encuentros militares fueron escasos y que la población indígena se sometió mediante el sistema de capitulaciones, lo que permite hacer una primera división en el nuevo mapa político-administrativo: de un lado estaría la zona ocupada por las armas y, de otro, la zona sometida mediante pacto. Esta última se divide en los que en un principio opusieron resistencia y al final capitularon, y los que no opusieron resistencia desde el principio.
Esta diferencia de comportamientos genera dos tipos de pactos. A los primeros se les exigió la sumisión total al Islam (sulh) y a los segundos se les respetó su autoridad política (‘ahd) pero, en ambos casos, a los cristianos se les respetó su vida y creencias religiosas a cambio de pagar un impuesto personal en metálico (yizya), más la contribución territorial en especie (jaray).
El pacto llamado ‘ahd fue el más generalizado (Ecija, Sevilla, Mérida etc) y permitió la permanencia de la población indígena en sus tierras; no obstante, la huida de ciertos nobles hispano-visigodos que no se acogieron a las capitulaciones, más las tierras pertenecientes a la corona, pusieron a disposición de los conquistadores un importante número de propiedades. Sólo se repartieron las tierras abandonadas o conquistadas por las armas, sin que quede claro si se reservó o no la parte del Estado. Lo cierto es que la voluntad de los califas no siempre fue respetada y esa fue una de las causas de que los gobernadores de Ifriqiya se esforzaran en retenerla bajo su mandato o recuperarla. Con este propósito se produce la llegada de al-Hurr. Una de sus misiones fue la de comprobar los derechos de propiedad o títulos de los musulmanes y proceder a quintear lo que no se había repartido.
Con las nuevas oleadas de combatientes de origen árabe, comenzará a nivelarse la importancia del elemento árabe frente al bereber. Con el walí al-Samh vinieron 20.000 hombres y su establecimiento provocó un conflicto ante el fracaso de su política expansiva hacia las Galias lo que le obligó a asentarlos en tierras del Estado, acortando los desequilibrios entre árabes y beréberes y e iniciando el proceso de conversión de la aristocracia guerrera en nobleza territorial.
El establecimiento de los 10.000 sirios llegados con Baly plantea el mismo problema, solucionándolo Abu-l-Jattar acantonándolos en yunds, consiguiéndose con estas medidas que participen en los tributos con las rentas agrarias. (jaray).
En cuanto al lugar de los asentamientos, los beréberes se asentaron en las altas tierras de la meseta, en los flancos de las sierras y en los sistemas ibérico y penibético, formando pequeñas unidades de poblamiento autónomo basadas en la propiedad comunal y en el gobierno asambleario. Los árabes escogieron la ocupación individual de las tierras, poniendo sus miras en las grandes propiedades privadas sujetas a tributación aunque este modelo coexistió con la propiedad comunal.
Estos sistemas de organización social y explotación de la tierra convivieron con los tradicionales hispano-visigodos, pues las grandes propiedades privadas continuaron en manos de los potentes, witizanos o no, que pactaron; mientras que el resto siguió bajo control de quienes las cultivaban, agrupados en pequeñas comunidades y sometidos al pago de un impuesto global fijado por el Estado.
Con la integración musulmana, nace una más compleja estructura social debida a las variaciones étnicas, religiosas, jurídicas y de costumbres.
Dentro del grupo dominante (la umma), compleja étnicamente, hay que destacar a los árabes, distinguiendo entre los baladíes (que vinieron con Musa) y los sirios (con Baly). Población heterogénea dividida en tribus y clanes que se aglutina en torno a dos grandes partidos: el yemení y el qaysí. Frente a éstos, se encuentran los beréberes (llegaron con Tariq), mayoritarios, y la sociedad hispano-visigoda conversa motivada por el deseo de salvaguardar sus intereses personales y gozar del principio de igualdad de los musulmanes. Fueron llamados nuevos musulmanes y sus descendientes muladíes y con el tiempo fueron arabizándose como consecuencia de los frecuentes matrimonios mixtos.
Esta complejidad étnica y cultural se amplia con los dimmíes que integran la población hispana, dividida a su vez en otras comunidades, los mozárabes (religión cristiana) y los judíos. Pertenecientes a la llamada “gente del Libro” pudieron conservar su religión y fueron muy numerosos en las ciudades.
Pese a la igualdad social de la umma, el hecho de pertenecer a un linaje árabe equivalía a ostentar un título nobiliario e iba acompañado de la posesión de grandes dominios territoriales y de una elevada posición social.
La sociedad que surge daba muestras de una división en clases. Entre los libres se distinguen: la nobleza (jassa), los notables (a’yan) y la masa popular (amma). La primera se divide en nobleza de sangre (especialmente los del clan quraysí, del que procedía Mahoma) y funcional (altas jefaturas administrativas, palaciegas y militares). La jassa no era una casta cerrada, se incorporaron algunas beréberes y hasta libertos.
Debajo se sitúa una clase social intermedia que actúa como representante de la amma. La forman en los centros urbanos un importante número de ricos comerciantes, funcionarios medios, poderosos terratenientes, letrados etc. El grueso lo constituyen los conversos de origen hispano-visigodo.
La amma la constituye el proletariado urbano y rural. Hay beréberes, muladíes, mozárabes y judíos. A ellos se les suma los libertos.
Aquellos esclavos que no consiguen la libertad permanecen como meras propiedades.
El grupo más numeroso de la población libre era el de los mozárabes, que podían practicar su religión y que fueron arabizándose con la adopción de la lengua árabe e imitando sus costumbres. Se regían por el derecho visigodo. Gozaron de plena autonomía en su desarrollo interno, eligiendo a sus autoridades bajo la supervisión de los walíes que debían darles su aprobación. A la cabeza de estas comunidades cristianas se hallaba un conde que era el encargado de entregar la recaudación de los tributos. Existía una juez de esa comunidad (censor), encargado de aplicar los principios y reglas del Fuero Juzgo, y en los casos entre miembros de la umma y mozárabes un qadí (juez musulmán) que aplica el derecho musulmán.
Este grupo se encuentra en el medio rural manteniendo las diferenciaciones extremas heredadas entre potentes y humiliores. En el medio urbano se insertan en las diferentes capas sociales llegando a ocupar cargos relevantes en la administración, diplomacia y ejército.